Paseo por tres monumentos de Sevilla

Inmaculada

Amanece sobre la ciudad, sosegada y en calma. Un sol de primera mañana quiere hacerse presente en todo. Y ahí está Ella para reconocerse en la frase que le dio a su Creador: “Hágase en Mí según Tu palabra”. Encarnación de Dios Todopoderoso. Madre del Hijo y Mujer del Padre. Tocada de gracia por el Espíritu Santo. He aquí a María, concebida por obra y gracia, sin pecado original. Se representa siendo una niña que va convirtiéndose en mujer. Es La que está libre del pecado original. Es la Inmaculada.

Le encargaron el monumento a Coullaut-Valera y al arquitecto Juan de Talavera. Quisieron colocarlo en la que sería la plaza de la Virgen de los Reyes. Pero se escogió la Plaza del Triunfo, antiguo lugar destinado a ejercer las labores de cantería propias de la Catedral que estaba construyéndose.

Los cuatro personajes que contiene el monumento en la planta más cercana a los espectadores son muy apropiados para el siglo XVII. En primer lugar, y como portavoz de la Teología que alumbró el misterio, se encuentra el teólogo jesuita Juan de Pineda.  El poeta Miguel Cid aparece para hacer presentes las coplas que escribió con motivo de la proclamación del dogma que reconoció Roma en 1854: “Todo el mundo en general / a voces, Reina escogida,/ diga que sois concebida / sin pecado original”. El escultor Juan Martínez, apodado El Montañés por ser de Alcalá la Real, estaba considerado el dios de la madera. Todavía no habían aparecido los papeles de Archivo Notarial que otorgaban la autoría de sus obras al discípulo Juan de Mesa. Sin embargo, estaba clara la mano montañesina en la Inmaculada que baja la mirada en su altar catedralicio.

El cuarto personaje será Bartolomé Esteban Murillo. Poseía su estudio en la antigua Casa Lonja, antes de ser Archivo General de Indias. La Inmaculada pictórica se debe principalmente a su mano de pintor. Gracias a esta maestría a la hora de retratarla, sacó el modelo que plasmaría en su Inmaculada, robada como tantos cuadros por el mariscal Soult. Una vez recuperada, se quedaría en el Prado madrileño, dejando un vacío inmenso en la Iglesia de los Venerables Sacerdotes de Sevilla.

Desde su lugar de privilegio en la ciudad que proclamó su dogma dos siglos antes de ser reconocido, sigue alumbrando el rescoldo. En 1918 se alzó su imagen. Coullaut-Valera puede ver tranquilamente cómo pasa el tiempo al lado de la Inmaculada.

Colón

En 1921 se inauguró oficialmente el Monumento a Cristóbal Colón en los Jardines de Murillo, como llama el lenguaje del pueblo al Paseo de Catalina de Ribera. Si antes nos habíamos quedado en el centro de la ciudad con la imagen de la Inmaculada, ahora nos salimos a la frontera de aquella Sevilla que soñaba con la modernidad.

Hay que decir que Colón ocupa solamente un espacio redondeado en la base de la composición artística. Detrás de él, un escudo que refleja el poder de la floreciente España. Si vamos ascendiendo por las dos columnas, aparecerá ante nosotros las dos proas fundidas de una carabela. En un lado, el nombre de Isabel. Al otro, Fernando. El monumento remata con un poderoso león que exhibe la bola terráquea bajo su pata delantera. Toda una demostración de poder para señalar el lugar al que llegaron aquellos esforzados hombres, bajo el mando único de Cristóbal Colón.

Parque de María Luisa

Lo primero que hay que señalar de su intervención en el Parque de María Luisa son las seis nikés aladas que salieron de las manos y el ingenio de Coullaut-Valera. Están situadas delante del Museo Arqueológico, y siguen el modelo renacentista que se llevó a cabo en la Sevilla que se asomaba a su propio desarrollo: con las columnas romanas que se alzaban en la calle Mármoles, las estatuas que representaban a los políticos como Carlos V y Felipe II.

Las nikés llevan los distintos instrumentos que les permiten el desarrollo mitológico de sus destrezas. Así nos encontramos con la espiga que representa a la agricultura o la rueda dentada a la industria, las flores a la botánica, la paleta de la pintura, la corona de laurel y el cuerno de la abundancia. En los muros exteriores del actual museo se pueden contemplar unas valiosas esculturas dedicadas a la Pintura, la Arqueología, la Literatura y la Música.

Si continuamos con nuestro recorrido, nos encontraremos con dos grupos escultóricos en la Glorieta de Covadonga. En el primero nos encontramos con El arte. Está representado por las tres disciplinas que se relacionan con el espacio visual: la escultura, la arquitectura y la pintura.

Al otro lado del amplio espacio, nos encontramos con El genio, representado por una figura varonil de una joven. A su derecha se encuentra la diosa minerva, y a la izquierda un figura derrotada representa la ignorancia.

Bécquer

El 22 de diciembre de 1870 murió el señor Domínguez Bastida, más conocido como Gustavo Adolfo Bécquer. Tenía 34 años de edad, y las Rimas eran un manuscrito aún sin publicar. En 1886 un grupo de artistas sevillanos proyectó hacerle un monumento en Sevilla, comisión de la que formó parte principal su máximo valedor: Antonio Susillo. Estaba obsesionado con Bécquer hasta tal punto, que eligió el día 22 de diciembre para suicidarse, la fecha en la que había fallecido el eterno poeta… Y lo hizo después que su propia ciudad rechazase levantar un monumento a su embajador más universal.

Pero ya se sabe cómo es esta ciudad con sus hijos, por lo que todo se quedó en el plano de los proyectos. En 1910 los hermanos Álvarez Quintero deciden financiar ese proyecto, cuyo plano original se debe a la mano acertada de Coullaut-Valera. Para acometer semejante gasto escribieron una obra de teatro titulada La Rima Eterna.

Se trata de tomar como centro el ciprés de los pantanos, árbol que ocuparía el lugar principal de la glorieta dedicada al autor de las Rimas. Se trazó una base de ocho lados, de la cual emergería el rostro de Gustavo Adolfo, vestido con una capa, ajeno a lo que transcurría a su alrededor. A su lado derecho, un ángel de bronce totalmente descoyuntado, con las alas rotas. Al izquierdo, otro angelito risueño dispara una flecha a un trío de jóvenes apasionadas que son el pasado, el presente y el futuro del amor. Forman la eterna fusión entre el amor que subsiste, y el que existe solamente en la memoria de quien lo ha vivido.