Un viaje por el Norte

Uno de los placeres que nos brinda Lorenzo Coullaut-Valera es poder ir redescubriendo sus obras en el sitio para el que fueron concebidas. Un buen ejemplo de lo que decimos está en el norte de España, donde muchas de las capitales contienen una huella dejada por el escultor nacido en Marchena como lo mejor de su ciudad.

Si partimos nuestra ruta desde Galicia, nos encontramos en primer lugar con el monumento dedicado a Manuel Curros Enríquez. Se trata del homenaje en piedra a un hombre de ideas progresistas, que se fue a Madrid a estudiar Bachillerato y a hacer Derecho. Curros Enríquez participa en La Gloriosa de 1868, lo que acentuaría su carácter republicano. Ingresó en la masonería, y en 1880 publicó el libro que le sirvió para consagrarse como poeta: Aires da miña terra. Fue condenado tras una denuncia del obispo de Orense, pero el juzgado de La Coruña lo absolvió. En 1894 emprende la emigración a América, lugar donde murió. Es de destacar los homenajes que le tributaron a su regreso a Galicia, lugar donde se abrió el primer centro masónico con el nombre “Renacimiento 15 Curros Enríquez”.

No lejos de allí se encuentra la estatua dedicada a Emilia Pardo Bazán. Sentada en un banco similar, aunque más recargado a los que se encuentran en los jardines donde está situada, en La Coruña. Esta mujer fue una auténtica defensora de los derechos femeninos. De familia aristocrática, se casó con 16 años. Tuvo tres hijos, si bien el matrimonio empezó a venirse abajo en 1881, cuando ella sólo tenía 30 años. Se adivina el amor que sintió doña Emilia por Benito Pérez Galdós, que los llevó a una vida paralela. Pardo Bazán admiró el naturalismo francés, pero se adhiere a la literatura española con su casticismo propio. En su novela Los pazos de Ulloa define a la oligarquía española, que ya dejó de ejercer su liderazgo social. Su carácter es arrollador, pero tranquilo si lo miramos con ojos objetivos: se ve claramente en esta obra de Coullaut-Valera.

En el año 1918 ejecuta el monumento a Luis Adaro, situado en Langreo. Fue un ingeniero y empresario muy importante, además de rector de Duro Felguera. Murió en 1915. Llama la atención el escaso protagonismo del ingeniero Adaro si lo comparamos con la figura femenina que aparece de cuerpo completo. Ella es la verdadera protagonista de esta obra, llamada La carbonera. Vestida a la manera tradicional, concita las miradas de todo el que se acerca a ver.

En Santander Coullaut-Valera nos va a dejar dos esculturas muy diferentes. Por un lado, la esplendorosa que dedicó a José María de Pereda. Está situada en pleno paseo marítimo, a orillas del mar, en los conocidos como Jardines de Pereda. Destaca sobremanera el protagonista, que ocupa el lugar preeminente desde el que se divisa todo. Sus novelas forman parte del monumento. De ellas, destaquemos Sotileza, en la que se ve perfectamente la forma de vivir de los pescadores. Su obra cenital es Peñas arriba, de 1895. En ella da cabida a la forma de ser de tantos montañeses que un buen día cogieron lo que tenían para venir al sur, donde terminarían estableciéndose.

Por otro lado, nos encontramos con el Cristo Yacente, en la iglesia de San Francisco. Se trata de una imagen del Señor envuelta en el más absoluto de los silencios. Este Cristo es una segunda intervención de Coullaut-Valera, ya que el anterior desapareció por culpa de un incendio. Se trata de una figura muerta, con un paño de pureza que le cubre parcialmente. Está situada en la zona más avanzada de una nave de la iglesia, si bien hay que señalar que una simple urna lo protege de la gente que se acerca. Es la imagen de Cristo solo, muerto, que procesiona en la tarde del Viernes Santo por las céntricas calles de Santander.

Y llegamos a nuestro destino final de esta etapa. El Sagrado Corazón de Jesús situado en Bilbao. Llama poderosamente la atención por el tamaño colosal de la figura. Si contamos los pisos situados alrededor, nos encontramos bloques de ocho plantas, y a todas las supera. La estatua del Cristo llega a los diez metros de altura y está hecha de bronce. Se inauguró el 26 de junio de 1927, coincidiendo con un Congreso Eucarístico. Se da la circunstancia de que esta obra fue promovida por la orden jesuita. Los cielos que surcan los aviones sirven como testigos mudos de hasta dónde puede llegar el arte cuando la mano maestra de Coullaut-Valera se lo propone.